miércoles, 14 de marzo de 2018

El áspero sentido de la oscuridad.



Comenzamos el tercer trimestre con  unas de las lecturas más influyentes del siglo XIX y por supuesto, de la Literatura Universal contemporánea.

Se trata de una obra que surgió de las manos de la escritora inglesa Mary Shelley

Publicado el 11 de marzo de 1818 el texto refleja temas tales como la moral científica, la creación y destrucción de vida y la audacia de la humanidad en su relación con Dios.




  • Aquí dejo un enlace del texto completo en PDF. Es de dominio público ya que los derechos de autor según la legislación española han caducado: Texto completo de Frankenstein.

En torno a este relato, Luisa nos pidió que realizásemos una actividad creativa, en la que nos permitió elegir entre un texto ensayístico o  uno narrativo. El primero trataría acerca de una reflexión, en la cual se pregunta si la lectura, contemplación o juego conduce a la violencia de alguna manera. Por otra parte, el texto narrativo se trataría de una historia basada en esta obra cuyo protagonista la narraría en primera persona. 

Sin más dilación, les dejo con mi relato. 

Durante toda mi vida he experimentado dolor. Desde mi nacimiento ciertos seres ajenos a mi raza comenzaron a dirigir las acciones que debía realizar, el comportamiento que debía mantener y las recompensas que recibiría si obedecía. Claro que, dependiendo de la situación, esto no se convertía en más que en  dolor y castigos. Desde muy temprano me obligaban a despertarme para entrenar con otros compañeros de cerda. Nos gritaban acerca de atrapar a otro ser, muchísimo más pequeño e inocente que nosotros. Si lográbamos cazarlos, nos esperaría al menos una cena caliente en la madrugada. Era tentador, pero el oír los lastimeros sollozos de ese diminuto ser encogía nuestra alma. Por puro egoísmo sucumbimos a los gritos y golpes de nuestros amos, o eso se hacían llamar, realizando verdaderas atrocidades a otros individuos que sin duda alguna, sufrían el doble que nosotros, cuando clavábamos nuestra mandíbula en su diminuto cuello. Y ahí fue cuando realmente comprendí que el verdadero animal no era yo, sino aquel ser, aparentemente superior. Me torturaron hasta que mi frágil y esquelético cuerpo despedía un olor a tierra mojada, debido a que me mantuvieron encerrado en un lugar mal construido y poco cuidado, donde ni siquiera había un suelo decente donde descansar las patas. Era de madera, pero estaba podrida, y en ciertos lugares simplemente había tierra mojada por la lluvia que caía, a través de las incontables goteras. Un extraño líquido rojizo y espeso emanaba de mi cuerpo, en unas grietas que se encontraban en mi blanquecina piel. Dolía, o escocía. No podía distinguirlo. Era agudo. Sollocé, aunque de mis ojos no salían lágrimas. En ese instante, la imagen se volvió oscura. Todo era negro, y ya no podía divisar las innumerables cadenas que me unían a la pared. El frío que sentía, ya no estaba presente. Todo era paz, y calma, algo que en ese momento no supe reconocer. Mientras aún me encontraba en el suelo, o eso quería creer, un extraño toque logró calmarme. Su olor era familiar, y había un extraño vínculo hacia mí. Era mi madre. Su alargado hocico acarició el mío con sutileza y cierta amargura, amargura producida por ver que su cachorro estaba en las mismas condiciones que ella. Poco a poco, cerré mis aguados ojos y todo se volvió negro. Ya no sentí temor. Ni frío. Ni dolor. Ni humedad. Solo amor.

Andrea De La Fuente Igual. 

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