jueves, 12 de abril de 2018

Convivir con la soledad.

Kafka portrait.jpgDurante las últimas clases hemos estado trabajando acerca del texto La metamorfosis, de Fraz Kafka. Para comenzar, hablaré brevemente de este interesante escritor, considerado como uno de los más influyentes en la literatura universal. Nació en Praga, el 3 de julio de 1883, muriendo cuarenta años después, el 3 de junio de de 1924. Fue un escritor de origen judío. Su literatura está repleta de temas y arquetipos obre la alienación, la brutalidad física y psicológica, los conflictos entre padres e hijos, personajes en aventuras terroríficas, transformaciones místicas...

La metamorfosis es la prueba. Un texto literario en cuya primera lectura es difícil de comprender, más aún si nos tomamos al pie de la letra todo aquello que se dice. Por otro lado, Luisa nos comentó que se trataban de situaciones surrealistas. Existen varias alternativas para explicar esta historia: O el protagonista ignora el problema o cree que es una pesadilla.

Según comprendí de este relato, el protagonista no se convierte en un insecto literalmente, sino que por el contrario, se trata de alguien despreciable, y comúnmente se asocian los insectos a este adjetivo. Por tanto, no sería más que una metáfora. Además, una de las razones más destacas que yo logré encontrar acerca de esta comparación fue que él era prácticamente un adicto al trabajo, y como bien sabemos, insectos como, por ejemplo las hormigas, son conocidas por gran trabajadoras.

A raíz de la lectura Luisa nos pidió que escribiésemos un relato nosotros mismos, siguiendo el esquema que se utiliza en el de Kafka. Es decir, cuando el protagonista despierta por la mañana, siente, ve o presiente que algo ha ocurrido.

Cuando me desperté, la sociedad había desaparecido. Las sábanas, frías y deshilachadas, comenzaron a moverse suavemente debido a mis piernas al intentar enderezarse para ir a desayunar. Era una mañana de otoño, mi estación favorita,. Sin embargo, una extraña congoja me inundaba el alma sin razón aparente. Mis pies tropezaron con una de las tablillas de madera que sobresalían del suelo de mi habitación. Asustada y con el cuerpo adolorido comencé a llamar a mi hermano, sin obtener respuesta alguna. Mi casa se encontraba sumergida en un profundo silencio. Aparentemente, no había nadie en la casa. Dato que me extrañó, puesto que mis padres trabajaban por las tardes, al igual que mi hermano, que había dejado los estudios un año atrás. 

Resultado de imagen de arboles en un bosque
Finalmente, tras un largo rato de demora, me decidí por ir a investigar fuera, en las calles. Notaba una extraña sensación que ni siquiera tenía explicación. El ambiente se volvía  más enrevesado por momentos. Horas después de recorrer todas las zonas transitadas de la ciudad y de acabar con los pies ensangrentados, comprendí que mi mayor terror estaba sucediendo. Me encontraba sola, sin nadie a mi alrededor. La sociedad había desaparecido por completo. 



Totalmente dubitativa y preocupada, me encaminé de nuevo a mi hogar. El viento soplaba con fuerza sobre los tímidos árboles, que se arqueaban como si disfrutasen de un corto baile de otoño. Solo quedaban unas cuantas hojas en ellos, que se mecían acompasando la música que originaba el viento. Mi mente no podía desviarse del principal tema que concernía en esos momentos. Era curioso, debido a que en otras circunstancias,  disfrutaría de ese momento, un agradable paseo observando algo maravilloso: La naturaleza. Sin embargo, en ese preciso instante no podía sacarme de la cabeza los rostros de mis seres queridos. 

Entre mis pensamientos, pronto se coló un sonido. No era el viento. Más bien, una voz. Una voz lejana, de hombre. Parecía que me llamaba. O al menos, habría jurado por mi vida haber escuchado mi nombre. Giré mi vista con rapidez, buscando en la lejanía algún rostro que me resultase familiar. Nada. Suspiré con pesadez, e incluso me imaginé que debido a esta situación había entrado en una crisis de ansiedad o incluso estaba siendo invadida por una cruel locura. Sin embargo, ante todo pronóstico volví a escuchar esa voz. Era grave, y me llamaba una y otra vez. Por un momento sentí cómo el aire faltaba en mis pulmones y el tiempo se ralentizaba. Apenas fui consciente cuando crucé por un semáforo, que en ese preciso momento estaba en rojo. Un coche se abalanzó hacia mí. ¿No era la única que había sobrevivido a aquella catástrofe, que ni siquiera sabía cómo había sido provocada? Esta pregunta recorría mi mente mis últimos instantes de vida. O eso creía yo. 

De pronto, el aire entró de nuevo en mis pulmones con fuerza. Los ojos redondos y grandes que me caracterizaban se abrieron para dar cobijo a la mirada de mi madre, que me esperaba prácticamente con los brazos abiertos. En ese momento comprendí que no había sido un sueño, sino una situación provocada por la hipnosis que mi psicoterapia me había recomendado practicar para superar mis problemas emocionales. Según su criterio, vivía con  un miedo desmesurado hacia la soledad. Y era cierto. Cualquier día podía darme un ataque debido a este extraño problema. Más tarde comprendí que la única manera de superar tus miedos es enfrentarte a ellos. Y aunque no luché contra ellos en la realidad, a partir de ese día valoré a mi familia y amigos, comprendiendo que el truco no es vivir para siempre, sino convivir con uno mismo... para siempre.




Andrea De La Fuente Igual.


1 comentario:

  1. Genial, lo del miedo a la soledad. Y lo de no aceptarte a ti mismo como tu compañero/a. Me ha parecido una reflexión estupenda.

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