lunes, 7 de mayo de 2018

Matar o morir.

En clase empezamos a leer un fragmento de Frankenstein, de Mary Shelley. Esta novela es muy importante para la literatura universal debido a la introducción por primera vez de la ciencia ficción, teniendo como objetivo crear un impacto emocional en el lector, permitiendo que este último logre simpatizar con el personaje principal, es decir, la criatura asesina.
En la novela se ve perfectamente el tipo de relación existente entre el científico y la criatura, siendo esta de padre e hijo.

En clase también discutimos sobre la relación entre Frankenstein y Blade Runner, siendo ambos personajes principales replicantes con fecha de caducidad, es decir, creadores que fabrican robots con restos de máquinas que hay que destruir. Otra clara relación es la ciencia ficción, y además el aumento de existencia que piden los asesinos en ambas historias y sus creadores no pueden dárselo.

Luisa nos enseñó en clase una entrada de su blog que hizo hace un tiempo, titulada La sonrisa del asesino, en la cual aparecían dos imágenes en relación al texto de Frankenstein: una de ellas representa un grupo de zombies en un cementerio, la cual pude ser asociada al físico de la criatura; y en la otra fotografía aparece un niño haciendo un gesto obsceno referente a la violencia, gestos probablemente enseñados por los padres, al igual que el científico le enseña a la criatura.


En cuanto al tema creativo referente a esta entrada, la profesora nos pidió hacer un relato inspirado en la novela, que lograse hacer que la persona que lea el relato sienta pena por la criatura asesina. Mi relato se titula Voces.

a) Puede ser que su violencia se deba a la falta de amistades o familiares.
b) Que realmente se sienta mal y quiera que el resto sientan lo mismo.
c) O simplemente que no se dé cuenta de lo que hace.
La respuesta correcta es la última, pues esa persona solo actúa por inercia, ya no piensa en el por qué.
También es cierto, él no tiene amigos y hace mucho que no ve a su familia pues estos se mudaron para tenerle lejos y así no verle más. Hace tiempo se fue de casa: demasiados insultos y golpes entre esas cuatro paredes.
Sí, su padre le pegaba, su madre le insultaba y él ya no sabía que hacer. Debió ser eso lo que afectó a su salud mental.
 De echo estuvo en un centro de menores por asesinato a uno de sus compañeros; ese chico era malo con él, muy malo, incluso llegó a romperle la nariz a nuestro protagonista de un puñetazo.
El chico no sabía ni cómo sentirse. Estaba sentado en el suelo de una habitación blanca con la mirada perdida en un punto fijo de la pared. Se sentí mal por matar y bien por haber acabado con uno de sus agresores.
Pasaban las horas y su mente jugaba con él.
- ¿Y si el problema no solo son ellos, y soy yo también? -. Resonaron las palabras dentro de su cabeza, como voces atormentando su mente.


Leyre Hernández Luzón.



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